Tras recaudar más de doscientos cincuenta millones de dólares, Batman se convirtió en el fenómeno del año en 1989, de una forma similar a ala que Superman dio el pelotazo en el momento de su estreno. Incluso más allá del personaje del murciélago, el estilo oscuro, gótico y retorcido que fue el sello personal de Tim Burton le ayudó a convertirse en un director reconocido y a salir del ostracismo al que había estado relegado en sus años de Disney. Por su parte, Warner no podía estar más contenta, y planificaron una secuela que de inmediato se topó con un gran problema: el director no quería regresar.
Burton había chocado con el modo de trabajar de los grandes estudios, que tiene muy poco que ver con las películas independientes a las que él estaba acostumbrado. En realidad, cuando firmas por un proyecto de semejante envergadura, sabes que dejas en la puerta muchos de tus gustos y opiniones, porque no se trata tanto de una obra de arte como de una inversión hecha por una multinacional que tiene sus propias ideas. Tú pasas a ser su mano de obra, encargado de hacer realidad su visión, y esa fue la razón por la que el director estuvo dos años haciéndose el difícil hasta que obtuvo mayor libertad creativa.
En este caso, tal vez eso fuese un error.
Actualmente, la filmografía de Tim Burton cuenta con dos partes bien diferenciadas, la primera de ella es la que compone los pilares de su trabajo y creatividad con piezas como Eduardo Manostijeras o Sleepy Hollow, además de las películas de Batman, y la segunda muestra un claro declive que es inversamente proporcional al presupuesto invertido en sus trabajos. Lo malo de un hombre tan pasional y peculiar como él es que, en ocasiones, sus gustos y obsesiones personales se ponen en el camino de la viabilidad de las mismas, y lo que a él le gusta no tiene por qué ser lo que la película necesita. En ocasiones, ni siquiera esas cosas funcionan, por lo que parece que necesita alguien que ejerza de contrapeso en sus decisiones y logre equilibrarle un poco. Pero en Batman Vuelve, Burton tuvo carta blanca para hacer lo que quisiera, y eso llevó a que, en realidad, lo que vemos sea una película sobre Batman en la que Bruce Wayne es el personaje que menos nos interesa.
En su lugar, la trama se centra en otros personajes retorcidos y caricaturescos, como el oscuro Pingüino interpretado por Danny DeVito, que tiene un comienzo muy oscuro cuando sus padres le arrojan por un puente debido a sus deformidades. Siguiendo una estructura que las secuelas repetirán durante años, nos centramos en el origen de los nuevos personajes antes de recuperar a Batman, a quien literalmente pillan dormido en su casa, quizá por aburrimiento ante el poco tiempo que le dan. La tercera protagonista es Michelle Pfeiffer, que es asesinada por su jefe y devuelta a la vida convertida en Catwoman. Es casi de manual citar aquella vez en la que Sean Young fue a buscar a Tim Burton disfrazada de mujer gata para pedirle el papel, pero lo más interesante sin duda es el aspecto cómico que luce Christopher Walken, y cómo en sus escenas con Pfeiffer ya intuimos que esta película tiene un estilo mucho más infantil y caricaturizado que en la anterior. Mientras que es doblemente “oscura”, parece imitar algunos esquemas de la famosa serie de Adam West, y optar por un enfoque y unas actuaciones algo más exageradas y simplistas. Por segunda vez, Bruce Wayne es el que menos nos importa y le damos gran importancia al Pingüino y a sus secuaces de saldo, que hacen que me reafirme en que Burton es incapaz de imaginar unos pandilleros convincentes. Y cuando llegamos a la parte en la que un ejército de pingüinos explosivos recorre las calles de Gotham y Batman cuenta con un dispositivo para controlarlos, entendemos que la lógica queda en un segundo plano. Quizá el momento más interesante para mí sea el plano en el que el DeVito muere y un grupo de pingüinos actúan de comitiva fúnebre, pero el resto de la película está muy por debajo, tanto en ilusión como en entretenimiento, de su predecesora. Su recaudación fue bastante menor, también, y eso puso punto final a la colaboración de Burton con Batman cuando Warner decidió que había que alejarse del estilo gótico para tratar de acercarse a un público más amplio. Esta sería una de las peores decisiones que se les pudo ocurrir, pero aún no lo sabían y a la vez, sin el gran fracaso que les aguardaba, es posible que el género de los superhéroes no fuese el que es a día de hoy.